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Rinocerontes, hachas, flores… Estos han sido los símbolos LGTB a lo largo de la historia

Ramon Martinez

Publicado el 08/07/2018 - Actualizado al 02/08/2021 · 7 min read

Todos los movimientos sociales necesitan símbolos. Es necesario que a través de determinados signos nos sea posible identificar el compromiso con una serie de ideales reivindicativos para, por ejemplo, reconocer un cómplice de nuestro mismo pensamiento, o encontrar un espacio seguro para personas con nuestras características. Aunque es bien cierto que, en muchas ocasiones, nuestra simbología reivindicativa se emplea como un simple recurso de marketing. Pero eso, antes que desvirtuar el mensaje político que se encierra tras nuestros emblemas -que también lo hace, en parte-, demuestra el éxito que han tenido para saber representar adecuadamente nuestro movimiento y conseguir ser reconocidos.

El movimiento social que hoy denominamos con las siglas «LGTB», que se corresponden a las respectivas identidades de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales, es quizá el que mayor riqueza presenta en su simbología, fruto posiblemente del amplísimo número de sensibilidades que pretende representar. Sin duda hoy el elemento más célebre con el que podemos reconocerlo es la bandera arcoíris, también llamada en muchas ocasiones con las cuatro siglas o simplemente «gay», denominación que hoy entendemos y condenamos como reduccionista quizá sin atender al significado del concepto «gay», tan amplio en la época en que se diseñó el emblema.

Bandera LGTB actual, de seis colores

La actual, de seis colores, de 1979, es la tercera variante de un diseño de Gilbert Baker de 1978, fruto de una conversación con Harvey Milk, el conocido supervisor de San Francisco asesinado poco después. En su primera forma disponía de dos colores más: dos tonos diferentes de azul en lugar de uno solo y una franja rosa en lo alto, que fue el primer tono en desaparecer, poco tiempo después de la creación de la bandera. He leído diferentes argumentos sobre por qué fue eliminado el rosa: hay quien asegura que al grupo de activistas se le acabó la tela de dicho color, y hay quien afirma que simplemente el pigmento resultaba demasiado caro.

Primera versión, con 8 franjas

En todo caso no deja de ser curioso que ese fuera el color que representaba la sexualidad. Sin ella quedó una bandera de siete franjas, que tuvo vigencia hasta 1979, cuando fue preciso unificar ambos azules debido a una complicación muy pragmática: era asimétrica y resultaba difícil dividirla en dos para adornar con sus colores cualquier reivindicación. Nació entonces el diseño que hoy conocemos y se emplea tanto por el movimiento social al que representa como por cualquier entidad que pretende congraciarse, con mayor o menor interés pecuniario, con las personas LGTB.

Segunda versión, con 7 franjas

La paulatina visibilización de otras representaciones identitarias de toda la pluralidad de manifestaciones del deseo y el género, esto es, el nacimiento de nuevos discursos hiperidentitarios para afrontar un nuevo activismo trans y bisexual durante la década de 1990 hicieron necesario el nacimiento de banderas que representaran sus discursos. Nació así en 1998 la bandera bisexual, diseñada por Michael Page, donde se ofrecen los colores magenta y azul, connotados semánticamente como femenino y masculino, con un morado intermedio mezcla de ambos.

Bandera de la bisexualidad

De igual manera, en 1999 fue Monica Helms quien creó la hoy cada vez más conocida bandera trans, que repite el uso de colores de género con una franja blanca que trata de iconizar la transición entre ellos,

Primera bandera trans (1999)

Esta intención de crear franjas que simbolicen la transición se mantiene en una variante del diseño trans realizado en 2002 por Jennifer Pellinen.

Versión de la bandera trans de 2002

El boom identitario ha aumentado cuantiosamente la nómina de banderas disponibles: a las ya clásicas de la subculturas gais de los osos, y del BDSM, se añaden las banderas asexual, pansexual, polisexual, genderqueer, genderfluid, no binaria, intersexual…

Y no hemos de olvidar aquel código de los pañuelos tan usado hace no tanto tiempo, que a través del color del pañuelo y su ubicación en uno u otro bolsillo trasero desvelaba las preferencias sexuales del usuario. De la tela coloreada como fetiche, más o menos reivindicativo, más o menos identitario, más o menos exhibicionista, habrá que tratar en otro momento.

Dejando a un lado estos párrafos quizá excesivamente vexilológicos, hay otros muchos símbolos asociados al «movimiento LGTB». Uno de los primeros fue el triángulo rosa, en recuerdo a los miles de varones homosexuales que fueron identificados con él en los campos de concentración durante un «Homocausto» que suele quedar olvidado en las muchas memorias que se hacen del Holocausto.

Símbolo que identificaba a los homosexuales en los campos de concentración

Se trata quizá del símbolo más empleado hasta la gran difusión de la bandera arcoíris, y sigue vigente en muchas reivindicaciones actualmente, además de aparecer como parte reconocible de los logos de algunos colectivos, como el madrileño Cogam o la Fundación Triángulo.

Logos actuales que siguen utilizando esta simbología

Con la revuelta de Stonewall y la nueva ola activista surgida a partir de entonces asistiremos a un momento muy productivo para la simbología reivindicativa, que buscaba nuevas formas de representar su discurso tras el histórico suceso del 28 de junio de 1969. Una protesta frente a la sede del San Francisco Examiner, convocada el 31 de octubre de 1969 por el Gay Liberation Front tendrá como consecuencia el nacimiento de un nuevo signo, la mano púrpura. Algunos trabajadores del periódico arrojaron sobre los manifestantes una bolsa de tinta para imprenta, y el grupo activista la empleó para escribir la consigna «Gay Power» en la fachada del edificio, con el evidente resultado de sus manos manchadas, transformadas en icono.

Muy poco después, la Gay Activist Alliance comenzó a utilizar, según un diseño de Tom Doerr, la letra lambda, grafía griega utilizada en ciencias para, entre otras cuestiones, la longitud de onda, y asociada por su forma desde antiguo a la idea de la equidad.

En uso desde 1970, la lambda llegó a ser reconocida en 1976 como primer símbolo internacional del movimiento, y aún aparece en el nombre de diferentes entidades, como el catalán Casal Lambda o el valenciano Lambda.

Logos actuales que hacen referencia a la lambda

También en esa época en busca del símbolo perdido -hasta llegar a la bandera arcoíris- nace, en 1974, el rinoceronte morado. Si bien este diseño, aparecido en Boston de la mano de Bernie Toal y Daniel Thaxton o Tom Morganti, se empleó en una sola ocasión, resulta interesante el proceso de selección del animal: el rinoceronte es prácticamente igual sin importar que sea macho o hembra, y es pacífico si no se le provoca. El color morado estaba ya tan vinculado con el feminismo como con el movimiento «LGTB», y añade un corazón en su pata delantera, que representa la afectividad.

Antes de Stonewall existieron también algunos símbolos relevantes: la Mattachine Society, fundada por Harry Hay en Estados Unidos en 1950, empleaba un rombo formado de otros rombos a imagen del traje del arlequín, pues es similar a esta figura la del «matachín», una especie de acróbata teatral muy vinculado a la bufonesca que, por tanto, podía decir determinadas verdades en las antiguas cortes, y que sirvió como modelo de reivindicación para Hay.

Anteriormente, incluso, encontramos en la Reino Unido victoriana el clavel verde, con el que grandes hombres como Oscar Wilde podían identificar en la calle a otros con sus mismos intereses.

De esa misma época es la simbología de la Orden de Queronea, una sociedad secreta fundada en 1897 por George Cecil Ives donde militó Alfred Douglas, pareja de Wilde, y que empleaba una corona doble como icono y la misteriosa palabra clave «AMRRHAO», cuyo significado desconocemos.

Recreación del símbolo de la Orden de Queronea

Por su parte las mujeres lesbianas, si bien tradicionalmente condenadas a una invisibilidad que las salvó de no pocas persecuciones, han venido desarrollando también sus propios símbolos desde antiguo. En esta misma época victoriana era habitual el uso de otro tipo de flores, las violetas, con las que la poetisa Safo se coronaba, según Alceo, y con las que a ella misma le gustaba ver coronadas a sus parejas.

Y poco después, si los varones se vieron obligados a llevar cosido al pecho el triángulo rosa, todas las mujeres catalogadas como «indeseables» por el nazismo deberían llevar un triángulo negro, que ha sido especialmente reivindicado después por las mujeres lesbianas, y así empleado en ocasiones por las Daughters of Bilitis, la entidad lésbica correspondiente con la Mattachine Society.

Más adelante sería empleado, y aún hoy lo sigue siendo en ocasiones, el labrys, un hacha de doble cara que tradicionalmente se asocia con las amazonas, el mítico pueblo integrado por mujeres luchadoras de la Antigüedad.

Así, de la conjunción del labrys, el triángulo negro y el morado del Feminismo nació en 1999 la bandera lésbica, poco conocida y con muchas variantes a partir de entonces, algunas, incluso, con diferentes tonos de rosa y rojo para representar a las mujeres lesbianas más o menos femeninas.

Bandera lésbica de 1999

Por último es preciso recordar que, aunque no vinculada esencialmente a la cuestión LGTB, la crisis del VIH ha generado sus propios símbolos, y su relevancia dentro del «movimiento LGTB» ha sido importante. El conocido lazo rojo, empleado desde 1991, resulta hoy un signo internacional.

Lazo rojo del VIH, usado desde 1991

Y antes, el pionero grupo ACT UP, que acertó a dar una respuesta política a la crisis del SIDA y cuya trayectoria hemos podido recuperar recientemente en la gran película 120 pulsaciones por minuto, utilizó de nuevo el triángulo rosa, pero esta vez apuntando hacia arriba, como clara representación del poder.

Banderas, triángulos, letras griegas… La simbología del «movimiento LGTB» es mucho más rica de lo que pudiera pensarse, y el desarrollo histórico de nuestra actividad política ha ido acompañada de la creación de diferentes imágenes con las que representar su discurso que van mucho más allá de una sola bandera arcoíris que, por cierto, cada vez parece más banalizada, más insistentemente utilizada fuera de contexto con intenciones que van desde lo simplemente comercial a usos particulares que la acercan más a convertirse en un elemento de vestimenta regional asociado a una celebración concreta que a un auténtico símbolo reivindicativo. Quizá sea el momento de pararse a pensar nuevos emblemas, o recuperar alguno antiguo. Al fin y al cabo el rinoceronte rosa está casi sin usar.

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