Publicado el 03/02/2021 - Actualizado al 06/03/2023 · 4 min read
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El Gobierno de Bolivia ha hecho pública recientemente la nueva identidad visual del Estado, que presenta como un ejercicio de mejora relacionado con la cultura ancestral y los derechos humanos. Sin entrar en la arena política (donde, obviamente, cada uno tendrá su opinión en función de su signo político), el diseño presentado suscita algunas dudas razonables, tanto a nivel técnico como conceptual. El branding gubernamental es uno de los temas más controvertidos siempre.A priori, el trasfondo queda claro: según la web del gobierno presidencial se está “desmantelando un modelo neoliberal” para construir un “modelo económico social comunitario productivo, para beneficio de todas y todos los bolivianos”. Y entendemos que esta nueva identidad es parte de este objetivo, algo así como su expresión visual.Además, parece que para el nuevo ejecutivo no es un tema trivial porque arranca su justificación de la imagen, aprobada con el decreto supremo n° 4445 con una frase que es declaración de intenciones: “La identidad de cada boliviana y boliviano es lo más importante para que el país salga adelante, integrado, unido e inclusivo.”¿En qué consiste esta nueva identidad y qué dudas nos arroja?
Una marca “coral” que suma sensibilidades
Cuando aparece una identidad visual que actualiza a la anterior se suele esperar un trabajo de estilización, e incluso, simplificación. Más que una tendencia en diseño, se entiende que es un trabajo de afianzamiento, de reposo o de asimilación de la identidad gráfica por parte de la sociedad, que permite ir haciéndolo más práctico… más “nuestro”. Sin embargo, la primera sensación que hemos tenido con este logotipo es que, curiosamente, se ha hecho mucho más complejo visualmente. Y aquí llegan las primeras dudas, las técnicas.Como se explica en la justificación de la nueva identidad, “está construida con íconos representativos que resumen la riqueza de los textiles de las cuatro regiones de Bolivia”. Y, en un derroche de elementos gráficos, se va aún más allá cuando se despliegan “24 texturas, colores y símbolos, con una composición coherente de los tejidos por región, para dotar a la Imagen Gobierno toda su fuerza expresiva, integradora representativa y auténtica”. Por no extendernos en los detalles, nos centramos en una sensación global: la de que se ha querido trasladar en un logotipo toda una suma de cosmovisiones, de diferentes sensibilidades… lo cual es genial; pero se ha hecho agrupando visualmente multitud de símbolos en lugar de construir una identidad más clara.Es loable el objetivo de querer integrar todas la culturas y territorios del país en una identidad visual, pero hacerlo con un sumatorio de elementos visuales nos genera más dudas que certezas. ¿La visibilidad será idónea? Lo dudamos, ya hemos contado varias veces que muchos de estos logotipos saturan por la cantidad de colores que utilizan.¿No hubiera sido más eficaz intentar aglutinar todos los elementos en base a un concepto unificador? (metáfora visual, símbolo, idea fuerza o lo que fuere). Aunque queda lejos, pensamos en la ruta que utilizó en su día Oporto como ciudad o la síntesis que logra el caso alemán (que generó polémica por la similitud con el caso posterior en España).
¿La identidad que necesita un país o la que le interesa a un partido?
Lo que nos lleva a nuestras dudas filosóficas. El mal endémico de la comunicación institucional es confundir branding con marketing. Mientras el primero, la estrategia de marca, debería tener como objetivo perdurar en el tiempo; el segundo, el marketing, está acostumbrado a los objetivos en el corto plazo. Mientras uno debería considerarse casi como un patrimonio de la ciudadanía y el otro es claramente una herramienta. Y no está ni bien ni mal. Pero quizá deberían separar sus caminos.Branding gubernamental debería ser una estrategia consistente que represente a todas las personas y sensibilidades. Pero sabemos que la realidad no es así. Vemos ejemplos, a diario, donde se demuestra que elementos tan estructurales en los pilares de las marcas públicas se cambian a golpe de cambio de partido político o según las necesidades del momento, como el cambio de idioma en el logotipo del Gobierno de Navarra, la ruptura total con el nuevo logo de la Junta de Andalucía o la controversia con el logotipo del Ayuntamiento de Logroño.Y el caso de Bolivia no es diferente. Nos encontramos con que, tras unos meses convulsos políticamente, el logotipo anterior duró solamente un año. Y un año de branding es como un mes humano, por hacer una burda comparación. Se trata, en definitiva, de un símbolo de un momento del gobierno, no tanto del gobierno del país en sí.El manual de identidad corporativa insiste en este camino: “Una Imagen Gobierno, se construye con rasgos auténticos y originales, con símbolos representativos del país, para comunicar un Gobierno de todos y un Estado con todos, que refleje a las bolivianas y los bolivianos, que han depositado su confianza en la gestión de Gobierno y que ahora son parte de nuestra identidad“. Obviamente es una herramienta del Gobierno, es su objetivo y para eso sirve. Pero quizá esta visión se nos queda corta en cuanto a potencial y a futuro.¿Deberían las marcas públicas aspirar a esa ansiada perdurabilidad que lanzamos al aire, quizá con cierta ingenuidad? De momento, lo único que perdura y perdurará por los siglos de los siglos… es este debate sobre la mesa.
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