Conversar con Toni Miserachs es un absoluto placer. Pionera, maestra y referente del buen diseño, Toni acumula más de 50 años de profesión, en los que siempre ha apostado por una mirada crítica y sin perder la perspectiva.
Su mochila cultural es extensísima, su sabiduría más. El Laus de Honor 2021 era más que merecido; era necesario. Sobre el ayer, el hoy y el mañana en la disciplina del diseño hablamos con Toni.
«Me gusta esa filosofía del ‘todo vale’, no entendida como falta de calidad, sino de trabajar sin ceñirse a las modas. Ahora, no hay tantas supeditaciones a la moda como había antes».
Toni Miserachs
Queremos conocerte
Toni, un verdadero placer tenerte en Brandemia. Tu trayectoria profesional es muy extensa, pero nos gustaría tener un breve resumen y saber con qué puntos te quedas de toda esa carrera de fondo.
TM: Es difícil resumir una carrera de cincuenta años, nací en 1942. Nunca he pretendido ser abanderada de nada, a menudo las circunstancias te llevan a lugares que no habías previsto. Creo, como Paul Auster, que el azar reparte las cartas a su aire y me he limitado a hacer lo que creía necesario en cada ocasión.
Desde el primer cartel, Dar sangre es dar vida, para el Banco de Sangre de Cruz Roja donde mi padre médico era muy activo, hasta el material gráfico que se editó para la candidatura a los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92; pasando por decenas de cubiertas y sobrecubiertas para libros (Lumen, EDHASA, Blume, Llibres del Mall, Ketres, Edicions 62…) y centenares de páginas maquetadas, una por una, para un par de enciclopedias (Història Natural dels Països Catalans y Biosfera). Y también creando imágenes para empresas y museos, carteles y alguna señalización… Añadamos co-fundación de ADP Asociación de Diseñadores Profesionales, estancia en la Junta del FAD y treinta años de colaboración en la Escuela Eina y tendremos un panorama aproximado.
¿Cómo llegaste al mundo del diseño? ¿Qué te llamó la atención que hizo que te dedicaras de pleno?
TM: No puedo decir que fuera una vocación temprana, quizás porque en aquel momento no existía aún en Barcelona exactamente lo que yo buscaba. La única pista trazable es la de gran determinación, desde muy pequeña, en la búsqueda de telas: estampados y colores concretos, a menudo imaginados, en una época en que no existía el pret-a-porter. Casi en cuanto empezó la Escuela Elisava me matriculé, en su segunda promoción.
Tu primer aprendizaje profesional fue a principios de los 60, en los laboratorios Geigy, con Yves Zimmerman como mentor. ¿Cómo era trabajar en diseño en aquel entonces?
TM: Él era también mi profesor de Proyectos en Elisava. Trabajé con Zimmermann, en su Departamento de Propaganda de Laboratorios Geigy, como aprendiz pura y dura. Preparaba los originales (el actual final art) a mano, a base de tiralíneas, pincel, tinta china y gouache blanco cuando se trataba de tintas planas… O marcaba copias fotográficas sobre papel por detrás, con las medidas y encuadres. Todo muy manual y artesano. Papel vegetal, muestras de color sacadas de revistas ya impresas…
¿Qué recuerdos te quedan de ese aprendizaje con Zimmerman?
TM: Siempre recordaré su rigor. El tratamiento respetuoso de los textos descriptivos; el uso fuera de escala de la tipografía como elemento ilustrador, muy útil para comprender la estructura de cada letra, sus palabras —en clase, como profesor— sobre la importancia de las relaciones “de tensión” según decía, entre los diferentes elementos compositivos en una superficie…
¿Quiénes eran tus referentes de diseño por entonces?
TM: En Barcelona se produjeron varias exposiciones en la calle, si no recuerdo mal, por parte del grupo de diseñadores gráficos del FAD (Fomento de las Artes Decorativas), unos pioneros que mostraban sus obras en la calle, mediante grandes paneles publicitarios: Pla Narbona, Baqués, Vellvé, Huguet, Morillas, etc. Por supuesto, mi mayor influencia fue la de Yves Zimmermann.
Por motivos familiares también tuve la suerte de viajar por Europa bastante temprano para la época y ver el modus operandi de otros lugares, como Londres en el tema señalización y rotulación de establecimientos o exposiciones pescadas al vuelo, como una de cartelismo japonés en París que me dejó petrificada de admiración. En estos viajes compraba libros y revistas que por entonces no se encontraban por aquí. Me interesó mucho el trabajo de Pentagram a partir del momento en que supe de su existencia.
Eres una pionera al abrir tu propio estudio de diseño, en 1965. Háblanos de ese momento.
TM: Por suerte, pronto empecé a tener algún pequeño encargo. Mi primera mesa de estudio, aún en el dormitorio en casa de mis padres, fue la misma que utilizaba para realizar los trabajos de Elisava.
Cuando me marché a vivir sola en 1967, mi tablero y mis caballetes me siguieron a mi nuevo domicilio, ya en una habitación específica. Y este mobiliario me fue acompañando, en mis sucesivos cambios —de estudio y vitales—, sólo que añadiendo más tableros y más caballetes, incluyendo la ubicación estable del despacho entre 1980 y 2009, año en que la crisis me mandó a un despacho compartido con arquitectos donde sigo ahora.
¿Qué retos específicos tuviste que afrontar?
TM: Hay que tener en cuenta que estamos hablando de la década de 1960 del siglo pasado, en una España muy gris y retrasada, también en los aspectos culturales. La profesión no era nueva, pero sí muy desconocida y había que dar muchas explicaciones al respecto, diferenciándola de profesiones artísticas, por ejemplo.
Por otra parte, una mujer profesional al cien por cien no dejaba de ser un cierto fenómeno de feria para muchos, con todo lo que esto conllevaba: tratos condescendientes en el mejor de los casos o directamente inapropiados en otros.
No creo que el ámbito del diseño haya sido muy distinto de otros. Las mujeres hemos tenido que demostrar muchísima eficacia y tesón para ser tomadas en serio.
¿Cómo era el día a día en el estudio?
TM: Muy variado y creo que esto es una de las cosas que más me gustó de la profesión, la absoluta ausencia de rutina. Cada encargo, un mundo; cada cliente un personaje por conocer; cada clase, un nuevo reto; cada técnica algo nuevo por investigar…
Siempre tuve un estudio de dimensiones modestas. Así que, me tocaba moverme mucho; Pero tuve ayudantes eficaces que me apoyaron y suplieron cuando fue necesario.
Mi pesadilla era la administración, el mundo de los números nunca ha sido lo mío.
Las herramientas han cambiado mucho. ¿Crees que el concepto de diseño y la manera de entender los proyectos, también han cambiado?
TM: Desde luego, la digitalización supuso un vuelco brutal en nuestro mundo y confieso que mi adaptación fue laboriosa e incompleta. De todos modos, siempre insisto en que —por ahora, pues por lo que voy leyendo es difícil saber lo que acabará consiguiendo la inteligencia artificial— el cerebro no tiene substituto y el planteamiento de cada trabajo pasa por ahí sin remedio.
Creer que la pantalla te dará ideas es un error garrafal, la pantalla solo te resolverá largos procesos con velocidad y precisión asombrosas. Nada más y nada menos.
Docencia y asociacionismo
Tu vida profesional también ha estado muy vinculada a la formación, especialmente en EINA y Escola Massana. ¿Qué aprendizaje sacas de los años en la docencia?
TM: Como tantas cosas en la vida, mi entrada en la docencia fue producto del azar: cuando los fundadores de Elisava fundaron algunos años más tarde la escuela Eina, Ràfols Casamada me preguntó si me interesaba dar clases de diseño gráfico. ¿Cómo iba a negarme si me lo pedía uno de mis antiguos profesores? Quizás, insensatamente dije que sí, y ahí estuve durante treinta años, ejerciendo distintos papeles según las necesidades de la escuela en cada momento.
La docencia es un mundo complicado e interesante, muy exigente y a menudo decepcionante, pero cuando aparece un buen alumno, la gratificación es máxima. No digamos cuando a lo largo de los años encuentras a alguien que te reconoce y agradece.
¿Cómo ves la formación en diseño actualmente?
TM: Mucho más compleja que hace veinticinco años, cuando yo lo dejé. Ahí, de nuevo, el mundo digital tiene un papel fundamental, tanto en lo bueno como en lo malo. Las escuelas han tenido que hacer un esfuerzo enorme, tanto en sus instalaciones como en la preparación del profesorado.
¿Qué aspectos ves positivos y qué echas en falta en las nuevas generaciones de diseñadores que salen de las escuelas?
TM: Lo positivo, creo que es la ampliación de los campos específicos de trabajo. De páginas web a juegos, a tratamiento del big data, etc. Hay un nuevo mundo casi ilimitado.
También me gusta esa filosofía del “todo vale”, no entendida como falta de calidad, sino de trabajar sin ceñirse a las modas. Ahora, no hay tantas supeditaciones a la moda como había antes. Las nuevas generaciones tienen una mirada más amplia y más prismas desde donde enfocar un mismo proyecto. El peligro, insisto una vez más, es creer que el ordenador te da opciones de diseño cuando solo es una herramienta.
Por otra parte, creo que no se insiste lo bastante en la importancia de la mochila cultural particular, imprescindible también para el diseñador: lecturas, exposiciones, conciertos, miradas críticas. El diseñador siempre está en formación y casi no tiene horarios.
¿Qué habilidades profesionales destacarías que debería tener un buen diseñador?
TM: Creo que queda bastante respondido en la respuesta anterior. Añado la importancia de la comprensión para con el cliente y sus demandas, que a menudo hay que afinar, recortando o ampliando.
Mantener el vínculo con la comunidad es otra faceta tuya. Fuiste miembro fundadora del FAD y la ADP. ¿Qué importancia tiene el asociacionismo para ti?
TM: Casi me parece inevitable: ¿te interesa tu profesión y sus condiciones? Pues hay que trabajar por ello.
Si volvieras a empezar, ¿qué habilidades o qué añadirías a tu perfil para responder a los nuevos tiempos?
TM: ¡Solicito una inmersión para seniors en el mundo digital!
¿Alguna marca que te enamora o te gusta cómo se está gestionando en la actualidad?
Hasta hace escasos años, parecía que el diseño estaba reservado a grandes nombres en masculino. ¿Por qué este fenómeno?
TM: Como en tantos campos, no es que no hubiera diseñadoras, es que no se hablaba de ellas. Los motivos habría que preguntarlos a los pontífices que adoctrinaban al público lector.
Hay que añadir un tema estadístico, pues había muchos más hombres que mujeres en el censo del diseño, también como en otros muchos campos por aquel entonces. No hay que olvidar que jugábamos en una liga masculina por definición. (Por no decir por narices).
Finalmente, reconozco que los hombres, hablando básicamente de mi generación, han dedicado muchas más horas, esfuerzos y dinero a la autopromoción. ¿Quizás porque no tenían supuestas “obligaciones” de tipo doméstico que les robaran horas?
Por otra parte, espero que el star system en diseño —en el que no me incluyo— vaya desapareciendo, pues el mundo ha cambiado mucho y no creo que este sea un planteamiento válido en la actualidad ni un modelo aconsejable para estudiantes.
¿Podrías referenciar otros nombres de diseñadoras coetáneas a ti?
TM: En mi generación exacta hay una persona muy desconocida que es Ana Alavedra, el factótum del estudio Zimmermann creado después de abandonar laboratorios Geigy.
Ana había estudiado conmigo en Elisava y no quisiera equivocarme, pero creo que ella y yo somos las únicas de la especialidad de diseño gráfico, en nuestra promoción, que hemos vivido de esta profesión. También Pilar Villuendas es una gran veterana, con una carrera impresionante detrás.
En el ámbito teórico destaca la labor de Anna Calvera (1954-2018).
Más jóvenes son Mercedes Azúa, Carmen Vives (fallecida de COVID en 2019), Tere Moral, Ana Zelig, Pati Núñez, Mariana Eidler, Sisón Pujol, Mont Marsal… y un bastante largo etc.
Ahora, hay una amplia reivindicación de la presencia de la mujer en diseño. ¿Por qué crees que surge en estos momentos?
TM: Vuelvo a apelar a los tiempos actuales y al sentido común. Todavía hay que trabajar mucho para que este asunto de las mujeres profesionales se normalice y deje de ser —incluso— tema de conversación: equiparación de salarios, igualdad en cuestiones domésticas (nada de “te ayudo” y otras frases perversas…).
Y lo que me parece básico: educación, educación y educación desde el primer minuto.
¿Cuál ha sido tu mayor logro a nivel personal o profesional?
TM: Creo que ha sido conseguir vivir permanentemente de una profesión que me ha proporcionado muchas satisfacciones, sorteando con relativo éxito bastantes dificultades de todos tipos a lo largo de los años.
Un enfoque personal
¿Cuál es tu principal hobby o pasión? ¿Cómo lo conectas con tu profesión?
TM: Mi pasión es leer, desde los seis años. Como he dicho, la mochila cultural me parece fundamental.
¿Eres activa en redes sociales?
TM: Nada activa, me horroriza el anonimato y lo que conlleva. Tampoco el exhibicionismo me gusta. Sólo estoy en Instagram para el contacto con familiares que viven lejos, pero no cuelgo nada.
Un libro.
TM:El cuaderno dorado, de Doris Lessing.
Una película.
TM:My Mexican Bretzel, de Núria Giménez Lorang.
Llegamos al final. Cuéntanos el último descubrimiento que has hecho.
TM:Hamnet, un libro de Maggie O’Farrell. Una estimulación sensorial extraordinaria, no solo en cuanto a visualizaciones, sino también en cuanto a descripciones de texturas y olores.
Y Mare of Easttown, una miniserie de Brad Ingelsby. Una visión sombría de la convivencia —me temo que real— en una pequeña ciudad americana, con un increíble trabajo de Kate Winslet.
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