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Publicado el 30/11/2021 - Actualizado al 24/11/2023 · 4 min read
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Hace unos días se hizo público que el presidente de Francia, Enmanuel Macron, decidió en 2020 cambiar el color azul de las banderas nacionales que hay en el Palacio del Elíseo, sede de la Presidencia de la República.
El cambio afecta a la luminosidad del tono, que tras la sustitución, vuelve al azul original que tenía desde la creación de la enseña durante la Revolución Francesa. Y que en 1976, el presidente Giscard d’Estaing, aclaró para hacerlo más parecido al azul de la bandera Europea.
Según se revela en el libro Elysée Confidentiel, publicado en septiembre de este año, un consejero del presidente le sugirió el cambio de color, y volver al azul original, para reforzar la vinculación simbólica con los ideales de la Revolución Francesa. Macron aceptó la sugerencia y ordenó cambiar las banderas en el Elíseo.
Desde entonces, la alteración cromática puede apreciarse en las instalaciones del Palacio y en las comparecencias del presidente, donde aparece la bandera francesa, con el azul oscuro, junto a la europea. El cambio en el tono es evidente.
Bandera francesa junto a la bandera de la Unión Europea en septiembre de 2021. Foto: Ludovic MARIN / AFP / POOL.
Cambio de color de la bandera francesa, ¿una cuestión anecdótica?
Este bandazo ha pillado por sorpresa a todos, a pesar de estar en marcha desde hace más de un año, y ha obligado a la Presidencia a dar explicaciones:
“El presidente de la República Emmanuel Macron ha elegido para las banderas tricolores que adornan el Palacio del Elíseo el azul marino que evoca el imaginario de los Voluntarios del Año II, de los Poilus de 1914 y de los Compagnons de la Libération de la Francia Libre”.
La noticia podría pasar como una anécdota más. Una decisión intrascendente para el gobierno de un país, que simplemente no ha sido comunicada bien o en el momento indicado.
Sin embargo, creo que la historia contiene mucho más. Da pie a distintas consideraciones y, sobre todo, lo más importante, es una magnífica señal de la facultad social del diseño.
La bandera como elemento diferenciador
El diseñador y teórico Ruedi Baur considera que los sistemas de identificación de un territorio (escudos, marcas, logotipos…) han pasado de tener carácter representativo —de auto representación lo llama Baur—, a convertirse en elementos diferenciadores que se utilizan en una estrategia competitiva, de marketing, donde estos signos no solo escapan por completo al contrato cívico entre ciudadanos y gobernantes, sino también, y fundamentalmente, a la cuestión política (el espacio público).
Es precisamente a partir de la Revolución Francesa cuando las banderas empiezan a generalizarse como sistema de representación del territorio. Durante el siglo siguiente, se estandariza la forma rectangular y también la manera de componer los elementos.
El mundo ha logrado una especie de regla común respecto a las banderas que es universalmente aceptada. Y al contrario de lo que ocurre con la heráldica —otra forma de representación consensuada que perdura hoy—, las banderas no sufren el mal del plagio o la imitación. Probablemente, por el reconocimiento mayoritario de su solemnidad.
Prueba de la importancia simbólica del estandarte en el contexto mundial es que los territorios aspirantes a ser considerados una nación, lo primero que fijan es su bandera.
El carácter representativo de la bandera va matizándose con el tiempo. La construcción y sobrevaloración de los mitos nacionales desde el siglo XIX, parecen haber destruido el concepto de república original, la que reunía a ciudadanos dignos y responsables en torno a un contrato cívico.
No tenemos claro si uno puede sentirse perteneciente a una cultura, ciudad, o estructura política, sin pertenecer a este patriotismo nacional. Y estas dudas afectan al reconocimiento de la bandera como símbolo integrador.
A pesar de ello, es innegable la vigencia del estandarte como elemento representativo y su condición unificadora, que no tienen otros sistemas de identificación del territorio como los logotipos o los iconos, tal y como señala Baur.
No es de extrañar, por tanto, que si ese símbolo sufre alguna distorsión —incluso un pequeño ajuste en el matiz de un color—, haya controversia.
El poder simbólico del azul en la bandera francesa
Además, el color azul de la insignia francesa tiene unas connotaciones históricas que dan mayor relevancia al asunto. Tal y como explica Michael Pastoureau en dos obras absolutamente recomendables: Los colores de nuestros recuerdos y Breve historia de los colores, en Francia, el azul tiene un poder simbólico importante. Un color que ha representado buena parte del espectro ideológico francés.
El azul, primero, se asoció a la aristocracia, que lo adoptó en sus enseñas por su significado divino. Después fue el color de los republicanos, que se oponían al blanco de la monarquía y al negro del clero. Transitó por el centro, cuando el rojo se empezó a vincular a la izquierda y, finalmente, pasó a ser considerado un color conservador, después de la Primera Guerra Mundial.
En la ceremonia de arriado de la bandera francesa, esta se dobla siempre con la parte azul visible, ocultando los otros dos colores, blanco y rojo.
Debate abierto en torno al diseño público
Que el cambio tonal en una bandera sea noticia, aparte de sus implicaciones simbólicas —que justifican per se cualquier inquietud surgida de la emotividad y el credo de cada uno—, nos debería reconfortar como ciudadanos, pues fomenta la reflexión sobre la obligación que tiene el ámbito político de asumir sus responsabilidades, para permitir que la ciudadanía juzgue mejor lo que se está haciendo en el campo de la identidad del país.
Y también como diseñadores es positivo, porque suscita un debate crítico entre los profesionales, como el de los efectos de la transformación de un signo marcario —diría Joan Costa— en la percepción de lo que representa. En definitiva, nos sirve para analizar el alcance de lo que llamamos diseño público, y la repercusión de cualquier decisión por pequeña que sea en este terreno.
El diseño actualmente se desarrolla en un sistema auto referencial, que cambia, sujeto al albur de las modas, de las tendencias y en permanente cambio. Pero cuando hablamos del ámbito público, el diseñador debería ser un vigía que, como sentencia Sébastien Thiéry, responda a la constante amenaza del colapso de las arquitecturas de significado, y recobre la memoria que alguna vez le dio su distintivo de honor.
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